La historia de los tejados de Madrid

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Aunque todos conocemos la parte más visible de Madrid (sus bares, su metro, sus pubs…), hay un Madrid menos evidente. Un Madrid ubicado entre cielo y ladrillo, donde el ruido de la calle se convierte en murmullo. Es el Madrid de las azoteas, de las buhardillas y de los tejados donde creció lo bohemio.

Una ciudad “bohemia” que utilizó las alturas para crear

Durante décadas, las azoteas madrileñas fueron el último recurso para aquellos que vivían en buhardillas construidas sin calefacción ni aislamiento, pensadas como espacios de almacenaje o directamente lugares abandonados. Pero cuando el Madrid de los 70 y 80 comenzó a atraer a jóvenes creadores, estudiantes sin presupuesto y soñadores, esos espacios se convirtieron en hogar.

Las azoteas se transformaron en trincheras culturales. Allí vivían pintores que cambiaban sus obras por comida, cantautores que escribían sus primeras letras al amanecer o escritores que mecanografiaban sus historias. Simplemente había algo en esa precariedad que les resultaba liberador a todos ellos.

Los bares de Malasaña fueron el epicentro de la Movida madrileña y sus tejados fueron el rincón donde todo se cocinaba. Muchos artistas que luego fueron conocidos dormían en colchones en el suelo en buhardillas. Mientras tanto, en Chueca, las azoteas eran escenario de sesiones de fotos, performances y fiestas.

En Lavapiés, las azoteas eran más comunitarias. Los vecinos de distintas partes del mundo compartían espacio para tender ropa, pero también para tocar la guitarra, cocinar, o simplemente charlar. Algunas azoteas fueron talleres colectivos (poetas, actores y actrices, escritores, cantantes…).

Y, aunque no existía Instagram, sí un sistema secreto de comunicación. Alguien dejaba una nota en la portería, o se pasaba de boca en boca: «hoy hay tejado en x lugar». Y entonces comenzaba la reunión secreta. En lo alto, se improvisaban fiestas que eran mezcla de encuentro social, acto artístico y ritual libertario.   

Fuente: elle.com

 Subir a una azotea en Madrid sigue siendo un acto de belleza. No importa si es una terraza elegante o una base de hormigón con sillas viejas, en lo alto, la ciudad cambia. Da sensación de libertad e intimidad.

Madrid guarda en sus tejados una parte que no se menciona en las guías turísticas. Una ciudad hecha de momentos robados, guitarras, vasos compartidos y versos improvisados. Las azoteas son sinónimo de bohemia.

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